Nacido en San Sebastian en 1958, cursó estudios de artes plásticas en la Escuela de Arte y Oficios de Málaga aunque se considera autodidacta.
Actualmente reside en Málaga
Crítica Diario Sur (Málaga) exposicion individual "IMAGO" en la sala de Unicaja
La obra reciente de José Luis Zambrano (San Sebastián, 1958), de clara filiación normativa, se fundamenta en dos importantes aportaciones, una teórica y otra procedente de la vanguardia histórica. El substrato teórico está principalmente relacionado con Konrad Fiedler, el padre de la corriente formalista en historiografía y teoría del arte, quien, en uno de sus más lúcidos ensayos, «Sobre el juicio de las obras del arte plástico», de 1876, afirma que «el interés por el arte empieza en el momento en que se apaga el interés por el contenido ideal de la obra». El arte no puede encontrarse por otro camino que el suyo, esto es, la obra de arte como un ente autónomo, ajeno a cualquier realidad que no sea la de su propio lenguaje. La forma del arte, pues, para decirlo en términos kantianos, es la forma del espíritu, la expresión del sujeto. La aportación vanguardista es la del suprematismo de Malévich, es decir, la de la supremacía absoluta de la pura sensibilidad plástica. De ahí la distorsión y el estorbo del mundo exterior, de las referencias figurativas y de las formas de la naturaleza, de la contingencia del devenir histórico. Para Malévich sólo existe el espacio sobre el plano y la pura forma geométrica, sin contaminaciones externas.Estos son los apoyos sobre los que José Luis Zambrano construye su poética minimalista y esencial. Bien sea en sus elegantes y sobrios pasteles sobre papel, bien sea en sus óleos también sobre papel, las composiciones se articulan en torno a figuras geométricas como el trapecio, el polígono, el hexágono y el triángulo. La forma geométrica total se ve a su vez atravesada por bandas rectilíneas que la descomponen en innumerables figuras como las aludidas, quizás la única referencia en algunas composiciones a los zócalos y azulejos nazaríes. Obra limpia y neutra, pero en la que, sin embargo, cuando nos acercamos, observamos el pálpito de la pincelada sobre el papel, esa huella antropológica de la que un pintor como José Luis Zambrano no quiere del todo desprenderse. Los celestes, grises y marrones se extienden en capas uniformes, en áreas planas de color, pero conservando un eco lejano de su roce sobre el papel, de su extensión sobre la superficie. Imágenes azarosas de un trazado urbanístico ortogonal, estas piezas también son exquisitas armonías de color, organizadas a base de reducidos cambios de tono. En definitiva, una obra coherente con los principios estéticos de la pura visibilidad. © Enrique Castaños AlésPublicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 17 de junio de 2005